Ella en mi cama

Siempre duermo desnuda. Bueno, no siempre. Más que nada en primavera y en verano. A veces en otoño, y dependiendo del frío, en invierno también. Siempre duermo desnuda.
Me hace sentir sexy, linda. No sé cómo explicarlo. La sensación del roce de mi cuerpo contra la tela, y sentir que me abraza, me puede. Preferiría que el roce y el abrazo no vinieran de parte de un juego de sábanas, pero hoy en día no hay hombres capaces de rozar o sentir un cuerpo. Todas nos sentimos lindas al dormir desnudas. No importa cuál sea tu apariencia, si sientes que algo te abraza y envuelve, te sentirás sexy.
Me paro al lado de la cama, me despojo de mis prendas y de mi ropa interior -sí, me gusta decirle ropa interior (olvidemos la bombacha, el calzón, las bragas o las pantys), algo que se encuentra en permanente contacto con mí misma sin duda se merece la etiqueta de interior- y me deslizo dentro de mi fría cama. Mi piel se eriza de pies a cabeza (Nota aparte para hombres: es ésta la famosa piel de ángel. Mucha gente la confunde con piel de gallina, pero mucha gente se equivoca. Piel de ángel es aquella que al toque provoca mil sensaciones, que su textura bajo la yema de los dedos es una experiencia, aquella que me hace más linda. Sépanlo y utilícenlo a su favor, les estaremos profundamente agradecidas). El juego de sábanas me envuelve y abraza como ningún hombre jamás podrá abrazarme. Me estiro, me doy vueltas, me muevo como quiera. En ningún momento las sábanas dejan de tocarme. Muchas sensaciones. Muchas veces transpiro. El calor se acumula entre mi cuerpo y la colcha, y transpiro. Es un poco incómodo en verano pero, una vez más, me hace sentir linda, como si la cama fuera mi amante. A veces también me hago transpirar, pero eso queda entre ella y yo.
Si tan solo existiera un amante que roce mi cuerpo con mano áspera y delicada como tú lo haces cama, iría a dormir a su casa.
Igual no te preocupes, no tienes competencia.