sábado, 4 de agosto de 2012

Duendes, unicornios, y queso

Hace poco acompañé a alguien al shopping - algo que odio, demasiada gente en un mismo lugar - porque tenía ganas que un libro me encontrase y comprarlo (no al revés).

Cuando me quise acordar, estaba en Bookshop mirando las estanterías y leyendo los lomos como un zombie, cuando After dark de Haruki Murakami, me encontró. Me enamoré. Lo tuve que comprar.

Esperando en cola para pagarlo, no pude evitar escuchar a una madre con su hijo adolescente discutiendo sobre la compra de un libro de texto:

-¿Seguro que es este el libro que te pidió la profesora?
-Sí, es este.
-Dale, vamos a pagar y nos vamos.
-Vieja, ¿me comprás Harry Potter?
-¿Para qué querés leer eso? Vos te tenés que preocupar del estudio.
-¡Dale mamá!.
-Ya te dije que no.

Pagué mi libro y salí de la librería anonadado. Un padre que no quiso comprarle un libro a su hijo. Dudo que la negativa se haya basado en una cuestión económica; los dos vestían muy bien.
Fue algo tan simple como una persona que cree que "aprendizaje" es distinto a "lectura recreativa".
Mis padres nunca me regalaron una pelota de fútbol, ni me compraron juguetes en el supermercado; pero nunca, NUNCA, me negaron un libro. Al día de hoy, sé que cuento con el consentimiento de mis padres de comprar cuantos libros quiera/necesite.

Negar a una persona un libro, es negar a esa persona la capacidad de imaginar.
Es negar un mundo de duendes y unicornios y cuestiones afines.
Es negar a una mujer verse linda, porque linda es la mujer que lee.


No sé quién sería yo hoy, si este no fuese el cuarto contiguo al mio:


Si esto no estuviera arriba de mi piano en mi cuarto:


O si no tuviera uno de los cajones de mi mesa de luz repleto de libros que todavía no he leído:


"The man who does not read good books, has no advantage over the man who can't read them" - Mark Twain







PS.


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